La máscara de la iniquidad
HASTA QUE NO DESCUBRI que la sociedad se asentaba sobre cimientos de hipocresía, viví como el personaje de un cuadro, como un ser atorado, como una especie de gusano enterrado en tierra húmeda. Pero yo sabía que la función era una farsa y los actores, malísimos.
Sucedía como en esas putas películas pretenciosas y llenas de filosofía barata, que no valen ni las palomitas que te has comprado a la puerta. ¡Joder, eso sí que vale pasta! Habría que hacer algo con eso, ¿no? No sé, se me ocurre que podríamos entrar en los cines con un hacha y liarnos a diestro y siniestro...
¡Que se jodan! Total, lo hago por el bien del público y por todos vosotros también... Venga, no vais a ser ahora tan cínicos de decirme que nunca lo habíais pensado antes...
Yo, y para evitar caer en tentaciones, prefiero llevarme las palomitas de casa.
Y por ese motivo, sólo por ése, dejé de ir al cine; estuve como nueve meses, más o menos. ¡Como un embarazo! En fin, yo no sé lo que es un embarazo; una situación embarazosa, sí. Pero no podría explicar lo que se siente con un niño en la tripa. No sé si me explico. Vaya, esto se me está dando fatal.
Pero en fin, a lo que iba; ahora sí, ahora sí que voy. Y cuando entro, miro al de las palomitas de reojo, pero no me fijo mucho en él; es como un jodido agente de la gestapo, te observa, te escudriña, te mira de arriba abajo, yo diría que es capaz de saber si te has cambiado de ropa interior ese día, y es entonces cuando lamento no haber traído algo para atizarle.
Pero dejémoslo así, al menos por ahora. Así que ahora, como he dicho, voy casi a diario, me trago lo que sea. Lo bueno, lo malo, lo regular... y hasta lo feo (como el título de esa peli que me gusta tanto)
No sé, pero hoy el cine tiene algo que me atrapa; no sabría decir qué, pero no importa, ¿a quién le importa? A mí no, por supuesto.
Pero total, una vez dentro siempre siento la imperiosa necesidad de ir a mear. Es como un puto imán, algo que deberían estudiar los especialistas; yo creo que sería un buen remedio para los problemas de vejiga.
Una vez leí algo sobre este asunto y me pareció horrible, aunque a mi modo de ver, es peor aún hacérselo en los pantalones. ¡Menuda papeleta!
Pero hace unos días me fui a una de esas grandes salas de un centro comercial cerca de casa; entonces no tuve ganas de mear. Iba a ver una peli de las buenas, de ésas que te dejan tocado durante una semana, fui como nunca lo había hecho de lo ilusionado que estaba, pero cuando acabó y encendieron las luces me di cuenta que estaba yo solo.
¿Cómo era posible? Las críticas eran buenas, no lo entendía. ¿Qué sucedía?
Al salir de la sala me topé con el de las palomitas.
Y sabía yo que esto se iba a liar...
El idiota se me acerca y me pregunta que de dónde vengo. Pero vamos a ver, imbécil, ¿no te has dado cuenta que salgo de esta sala, en la que no hay un alma?
¿Y cómo va a haber alguien, señor? En esta sala no han proyectado ninguna película.
¿Qué...?
Sucedía como en esas putas películas pretenciosas y llenas de filosofía barata, que no valen ni las palomitas que te has comprado a la puerta. ¡Joder, eso sí que vale pasta! Habría que hacer algo con eso, ¿no? No sé, se me ocurre que podríamos entrar en los cines con un hacha y liarnos a diestro y siniestro...
¡Que se jodan! Total, lo hago por el bien del público y por todos vosotros también... Venga, no vais a ser ahora tan cínicos de decirme que nunca lo habíais pensado antes...
Yo, y para evitar caer en tentaciones, prefiero llevarme las palomitas de casa.
Y por ese motivo, sólo por ése, dejé de ir al cine; estuve como nueve meses, más o menos. ¡Como un embarazo! En fin, yo no sé lo que es un embarazo; una situación embarazosa, sí. Pero no podría explicar lo que se siente con un niño en la tripa. No sé si me explico. Vaya, esto se me está dando fatal.
Pero en fin, a lo que iba; ahora sí, ahora sí que voy. Y cuando entro, miro al de las palomitas de reojo, pero no me fijo mucho en él; es como un jodido agente de la gestapo, te observa, te escudriña, te mira de arriba abajo, yo diría que es capaz de saber si te has cambiado de ropa interior ese día, y es entonces cuando lamento no haber traído algo para atizarle.
Pero dejémoslo así, al menos por ahora. Así que ahora, como he dicho, voy casi a diario, me trago lo que sea. Lo bueno, lo malo, lo regular... y hasta lo feo (como el título de esa peli que me gusta tanto)
No sé, pero hoy el cine tiene algo que me atrapa; no sabría decir qué, pero no importa, ¿a quién le importa? A mí no, por supuesto.
Pero total, una vez dentro siempre siento la imperiosa necesidad de ir a mear. Es como un puto imán, algo que deberían estudiar los especialistas; yo creo que sería un buen remedio para los problemas de vejiga.
Una vez leí algo sobre este asunto y me pareció horrible, aunque a mi modo de ver, es peor aún hacérselo en los pantalones. ¡Menuda papeleta!
Pero hace unos días me fui a una de esas grandes salas de un centro comercial cerca de casa; entonces no tuve ganas de mear. Iba a ver una peli de las buenas, de ésas que te dejan tocado durante una semana, fui como nunca lo había hecho de lo ilusionado que estaba, pero cuando acabó y encendieron las luces me di cuenta que estaba yo solo.
¿Cómo era posible? Las críticas eran buenas, no lo entendía. ¿Qué sucedía?
Al salir de la sala me topé con el de las palomitas.
Y sabía yo que esto se iba a liar...
El idiota se me acerca y me pregunta que de dónde vengo. Pero vamos a ver, imbécil, ¿no te has dado cuenta que salgo de esta sala, en la que no hay un alma?
¿Y cómo va a haber alguien, señor? En esta sala no han proyectado ninguna película.
¿Qué...?
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