La máscara de la iniquidad
ERASE UNA VEZ una montaña. Una alta, jodida, maldita e inútil montaña, en cuya cima se derretían los copos albinos por la cercanía del sol.
Y hasta ahí mismo me pidieron que subiera, como si fuera una cabra.
Es emocionante -dijeron.
Te vas a divertir -me aseguraron.
¡Estúpidos! ¿Qué se me ha perdido a mí a diez mil kilómetros de distancia y a cinco mil metros de altura, cuando sufro vértigos y mareos cada vez que me asomo por una ventana?
Y todo porque la chica que me gusta, y que no me ha hecho ni puto caso en todo este año, y eso que he sido amable y condescendiente con ella, les acompaña.
Lo siento flipaos, a ver si luego me venís a contar lo emocionante y divertido que ha sido partiros la crisma.
Y hasta ahí mismo me pidieron que subiera, como si fuera una cabra.
Es emocionante -dijeron.
Te vas a divertir -me aseguraron.
¡Estúpidos! ¿Qué se me ha perdido a mí a diez mil kilómetros de distancia y a cinco mil metros de altura, cuando sufro vértigos y mareos cada vez que me asomo por una ventana?
Y todo porque la chica que me gusta, y que no me ha hecho ni puto caso en todo este año, y eso que he sido amable y condescendiente con ella, les acompaña.
Lo siento flipaos, a ver si luego me venís a contar lo emocionante y divertido que ha sido partiros la crisma.
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